Opinamos

El ladrón sin cabeza
Atendiendo a la definición de la RAE, un ladrón es todo aquel que hurta o roba, o lo que es lo mismo, un chorizo, aquel que se apropia de lo ajeno; de lo que no le pertenece, arrebatándoselo así a su legítimo dueño. Pero lo que hay que tener en cuenta es que la mayoría de ellos acaban detrás de los barrotes; aunque hay formas y formas, y mientras unos consiguen esquivar a la justicia durante un largo periodo de tiempo, otros son apresados en el acto.
El que robó las cabezas de San Lorenzo y San Pedro en la iglesia de San Esteban de Burgos no buscaba destruir el patrimonio artístico y cultural de la ciudad; su intención era lucrarse, tenía en mente venderlas en el mercado negro y con ello conseguir por fin terminar con éxito alguna de sus fechorías. Es tan torpe que cada vez que se le ha iluminado la bombilla para realizar una “chapucilla” en condiciones, siempre ha dado con sus huesos entre rejas. El caco no es más que un pobre hombre. Él no tiene la culpa de ser tan patoso, pero si hay algo que no se le puede achacar es su perseverancia; el que la sigue la consigue, pero ¿cuándo será el día de gloria de este “amigo”?, ¿está aún por llegar?, ¿nunca lo veremos?, ¿con este último hurto se le acabaron las oportunidades?.
Lo que es cierto es que este ciudadano burgalés lo ha intentado todo, desde robar cables de cobre, hasta dedicarse al robo de obras de arte, pasando por el tráfico de estupefacientes. Este conciudadano con tal de no dar un palo al agua, ha intentado dedicarse a la vida fácil, pero la cuestión es que todo lo ha hecho sin cabeza, sin pensar. El ladrón de las cabeza de San Esteban es un hombre que se mueve por impulsos, no planea las cosas, no calcula los pasos a seguir, no prevé los problemas que pueden llegar a surgir; simplemente pasa a la acción y que sea lo que Dios quiera.
Este elemento, porque todo hay que decirlo, no es más que un hombre que va por la vida intentando sobrevivir de la mejor manera que pueda y con la ley del mínimo esfuerzo. El pasado viernes santo no se le ocurrió otra cosa que encaramarse a la fachada de San Esteban e intentar arrancar dos estatuas del siglo XIII, pero al ver que estaban bien ancladas les seccionó las cabezas, pensando el muy iluso que poseían un gran valor económico; se las llevó y las refugió en la barra de su bar, el cual lleva tiempo cerrado, para luego intentar introducirlas en el mercado negro de obras de arte.
Eran tantas las ansias que tenía apropiarse cuanto antes del botín que al poco valor que de por sí tenían las dos cabezas, una al caérsele al suelo, y quedar gravemente dañada, terminó por perderlo todo.
Una vez recuperados los bustos, toca su restauración. El autor de los hechos fue puesto en libertad bajo fianza, si pagó ésta es que su economía no anda mal, sólo queda esperar al día de la celebración del juicio y ver qué decisión se toma al respecto; si el juez acierta o no en su veredicto, y sobre todo si obliga a costear los gasto de la reparación al detenido. Pague o no, el daño moral que ha causado no tiene precio.