A fondo


Pedro y San Lorenzo se van de copas.
Se buscan. Dos cabezas de santos decapitados en la Iglesia de San Esteban de Burgos, 8 kilogramos de peso cada una. Reliquias de finales del siglo XIII. Vistas por última vez en la víspera del viernes santo. Se baraja la posibilidad de que acaben en el mercado negro. Si saben algo no  duden en comunicarlo a la diócesis burgalesa.
Como si de un anuncio por palabras se tratara, todo Burgos se movilizó tras conocerse la noticia del robo para intentar recuperar parte de su historia. Después de la desaparición de los bustos el pasado veintidós de abril, el malestar, y el rechazo total de los vecinos de San Estaban se palpaba en el ambiente. La destrucción de este patrimonio histórico de la ciudad era visible a simple vista, los desperfectos causados en la fachada eran como una cicatriz en la piel del párroco de dicha iglesia. A don Rodrigo Aguilera le cortaron el apetito el viernes santo, cuando sorprendido vio cómo habían arrancado dos joyas góticas con más de siete siglos sobre sus espaldas. El clérigo confesó que “si hubiera sido un accidente, me hubiera dolido, pero de esta forma no sabe uno qué pensar”.
Los vecinos, por su parte, no salían de su asombro, la indignación se apoderaba de ellos, y no llegaban a comprender cómo en su barrio alguien podía haber sido capaz de  hacer tal salvajada como expresaban algunos. En la comunidad estaban desde los que decían que tendrían que meterlos a todos en las cárcel, hasta otros muchos que no tenían calificativos para expresar lo que les producía este sacrilegio a su pueblo; entre ellos se encontraba Juan Álvarez Quevedo, el Delegado de Patrimonio Diocesano de Burgos, que dejaba muy a las claras que este robo es toda una “ofensa al patrimonio, a los vecinos y a la fe”. Si alguien quisiera saber cómo se encuentran los ánimos de los burgaleses, simplemente tendría que darse un paseo por los altos de la ciudad y observaría que no están para muchas fiestas, se pude decir que se encuentran resignados, consternados, pero sobre todo muy enfadados.
Después de haber dejado atrás la prohibición de comer carne, y celebrado la resurrección del señor Jesucristo, era hora de ponerse en marcha e intentar recuperar el patrimonio perdido, sobre todo antes de que éste pudiera salir de la ciudad, ya que la hipótesis más factible era la de que se trataba de un ladrón de antigüedades en toda regla. Las sospechas que llevaron a tal conclusión era el corte limpio que ofrecían los cuerpos de las imágenes, realizados sin dejar huella alguna y por consiguiente todo un trabajo de un gran profesional en la materia.
La policía enseguida empezó a atar cabos y dio con El Candi, alias “el especialista”, ya que regentaba un bar con dicho nombre entre la calle Victoria y la avenida Arlanzón. Dicho apodo se le ha quedado grande a este vecino de burgos, ya que no ha tenido mucha suerte en sus intentos por apropiarse de lo ajeno. El Candi, como era más conocido en determinados círculos, ha convivido codo con codo con la justicia desde hace un tiempo, por lo que la tarea de localizarlo y pensar en él como principal sospechoso no era echar una moneda al aire, por el contrario, se trababa de apostar sobre seguro. Sus propios vecinos no dudan en calificarlo como “una buena pieza”, lo que es toda una declaración de intenciones, y deja a las claras que no era alguien que se daba a conocer.
El trasiego constante con su furgoneta enfrente de su bar no dejaba indiferentes a unos vecinos que desde que se enteraron de la noticia apuntaron a él como el culpable de la macabra obra. Lo de su furgoneta no es un hecho actual, la historia viene de largo. El Candi antes de “licenciarse” como anticuario realizó un par de chapuzas que le sirvieron para ganarse una dura fama que muchos otros tardarían más tiempo en conseguirla. Primero se dedicó al mundo de los metales y la construcción, para ello se equipó con un completo kit de material de obra valorado en unos 60.000 euros, lo que olvidó fue que este material no cae de los árboles como un plátano florece de una platanera; también olvidó la estela negra que deja tras de sí ese material llamado plástico, sobre todo olvidó que tenía que esperar al anochecer para no levantar sospecha a la hora de querer hacerse con el preciado cobre que en esta época de crisis está alimentando a muchos que, como “el especialista”, han encontrado una vocación en el tratamiento de dicho material.
Su furgoneta era su centro de operaciones, dónde planeaba sus actuaciones y luego la utilizaba como transporte para sus botines. En ese mismo vehículo no dudó en meter dos cabezas de sendas estatuas, con más de siete siglos de antigüedad, no le tembló el pulso; después de haberlas arrancado de cuajo de su lugar de descanso, “el especialista” no tuvo pudor en ubicarlas debajo de una barra de un bar que antes regentaba. Como si se hubiese querido montar una “juerga histórica”, El Candi se llevó las cabezas de los decapitados San Lorenzo y San Pedro, después de muchos siglos viendo transcurrir el paso del tiempo en plena armonía, a tomarse unas copas.
Después de esta escapada y de haber pasado por la clínica de desintoxicación alcohólica, pero sobre todo después de haber borrado de San Lorenzo y San Pedro todo rastro o recuerdo de El Candi, sólo que trabajar para su restauración y posterior colocación en sendos cuerpos que jamás debieron ver como cuando menos se lo imaginaban iban a perder su cabeza y su cordura.